Apología a la Libertad

Def: Discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo.

Nombre: Apologista
Ubicación: Argentina

miércoles, enero 31, 2007

No... pará y esa nena quien es?



Ando corta en palabras estos días. Se podría responsabilizar al amor que siento o al cansancio por la aparente rutina o a la incómoda proximidad de festividad cumpleañera. Cualquiera de éstas sean... me tienen en mute.
Encontré esta foto, obviamente sono io. No les parece bonita?

viernes, enero 26, 2007

Los arquetipos cotidianos se toman el subte




Están las adolescentes que aullan sus experiencias y las narran siguiendo un meticuloso orden, usando como nexos infinitos: me dijo... le dije... me dijo... y le dije...

El tipo que lee La Nación, que va a votar a Macri, piensa que Blumberg es un gran/pobre tipo y que a los piqueteros hay que matarlos por guerrilleros terroristas.
Y está el que lo mira de reojo y se muerde el labio de la bronca al verlo.

El que cuando se sube la embarazada o la vieja se hace el dormido o el que se cree el 'Heroe del transporte público' por ceder su comodidad.

El que mira y aprende de memoria todos los carteles publicitarios con tal de no tener que hacer contacto visual con nadie.

La maestra que está corrigiendo las evaluaciones de Ciencias Naturales de 4to D.

La madre que se estresa por los meses de verano ya que debe velar por la felicidad y diversión de sus capullos, por lo menos por 15 horas diarias.

Los que van al trabajo, los que están llegando tarde y los que acaban de pegar el portazo final sin mirar atrás.

El que ayer hizo el amor con mucha pasión con su amante y ahora se siente culpable al pensar en su mujer, imaginándola indefensa.

La que hoy dirá YA NO MAS.

El que extraña, la que extraña... comparten un asiento por pocos minutos, suspirando y sufriendo en silencio por lo mismo, más sin saber que están en el mismo lugar.

Y yo que los miro y sonrio, me obsesiono imaginándolos, sus vidas, sus amores sus tristezas que a veces coinciden con las mías.

*Las fotos las saqué de acá http://solotxt.brinkster.net/tabularium/metro.htm

sábado, enero 20, 2007

Recuerdos

Lugar maravilloso y místico, esconde fantasías y recuerdos que no desaparecen ni se los comen las polillas.
Subo al altillo desde la escalera del lavadero y encuentro los libros de la primaria, los adornos de navidad, el vestido de la fiesta de 15 y entre cajas rescato sueños pasados.
Paseando por juguetes con los que disfruté muchos momentos y otros que pasaron al olvido desde el momento en que me fueron regalados.
En estos días en que debato declarar finalmente mi adultez, se presenta mi niñez y me guiña un ojo.
Volver a transitar la senda de aquellos juegos, recordando cómo me gustaba decidir a qué se jugaba; evocando con simpatía mi pseudo despotismo infantil y la nobleza de reirme de los que se enojaban cuando perdian.
Pensar en viejos amigos que transitan como fantasmas en esta ciudad ilusoria, imaginándolos ahora adultos, tomando desiciones, poniendo las reglas de sus propios juegos... soñando, amando y esperando, como yo... pero desde otros lugares, los propios, los que ellos se ocuparon de crear.
Cierro una de las cajas de aquel tiempo y veo como una nueva se abre, la que contendrá las sonrisas, suspiros y lágrimas que genera el amor que estoy viviendo, el nuevo trabajo, los nuevos amigos y los caminos que se bifurcan.
Quizás en unos años vuelva a subir a seguir mirandome a través de los años y perdurando eternamente en el altillo, viendome crecer.

jueves, enero 18, 2007

En epocas de rapidez

La brevedad apremia no premia.

martes, enero 16, 2007

El avión de la bella durmiente.

" Por qué escribir, me preguntás. Un blog, un manojo de textos flotando en el ciberespacio con suerte errante y destino incierto. Páginas que cuanto más breves, más leídas, y que cuando se despliegan a dos tiempos, corren rápido hacia la indiferencia y el olvido"
Una persona a quien quiero y respeto mucho escribió esto una vez -entre otras cosas- y me dejó pensando.

En Navidad me compré 12 cuentos peregrinos de GABO y descubrí un cuento hermoso que me gustaría compartir con ustedes.

Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil:
chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias. «Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida», pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Fue una aparición sobrenatural que existió sólo un instante y desapareció en la muchedumbre del vestíbulo.
Eran las nueve de la mañana. Estaba nevando desde la noche anterior, y el tránsito era más denso que de costumbre en las calles de la ciudad, y más lento aún en la autopista, y había camiones de carga alineados a la orilla, y automóviles humeantes en la nieve. En el vestíbulo del aeropuerto, en cambio, la vida seguía en primavera.
Yo estaba en la fila de registro detrás de una anciana holandesa que demoró casi una
hora discutiendo el peso de sus once maletas. Empezaba a aburrirme cuando vi la
aparición instantánea que me dejó sin aliento, así que no supe cómo terminó el
altercado, hasta que la empleada me bajó de las nubes con un reproche por mi
distracción.
A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista.
«Claro que sí», me dijo.
«Los imposibles son los otros».
Siguió con la vista fija en la pantalla de la computadora, y me preguntó qué asiento prefería: fumar o no fumar.
— Me da lo mismo — le dije con toda intención—, siempre que no sea al lado de las once maletas.
Ella lo agradeció con una sonrisa comercial sin apartar la vista de la pantalla
fosforescente. — Escoja un número — me dijo,—: tres, cuatro o siete.
— Cuatro.
Su sonrisa tuvo un destello triunfal.
— En quince años que llevo aquí — dije primero que no escoge el siete.
Marcó en la tarjeta de embarque el número del asiento y me la entregó con el resto de
mis papeles, mirándome por primera vez con unos ojos color de uva que me sirvieron de
consuelo mientras volvía a ver la bella. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto
acababa de cerrarse y todos los vuelos estaban diferidos.
— ¿Hasta cuándo?
—Hasta que Dios quiera — dijo con su sonrisa—. La radio anunció esta mañana que será
la nevada más grande del año.
Se equivocó: fue la más grande del siglo. Pero en la sala de espera de la primera clase la primavera era tan real que había rosas vivas en los floreros y hasta la música enlatada parecía tan sublime y sedante como lo pretendían sus creadores. De pronto se me ocurrió que aquel era un refugio adecuado para la bella, y la busqué en los otros salones,estremecido por mi propia audacia. Pero la mayoría eran hombres de la vida real que leían periódicos en inglés mientras sus mujeres pensaban en otros, contemplando los aviones muertos en la nieve a través de las vidrieras panorámicas, contemplando las fábricas glaciales, los vastos sementeros de Roissy devastados por los leones. Después del mediodía no había un espacio disponible, y el calor se había vuelto tan insoportable que escapé para respirar.
Afuera encontré un espectáculo sobrecogedor. Gentes de toda ley habían desbordado las
salas de espera, y estaban acampadas en los corredores sofocantes, y aun en las
escaleras, tendidas por los suelos con sus animales y sus niños, y sus enseres de viaje.
Pues también la comunicación con la ciudad estaba interrumpida, y el palacio de plástico transparente parecía una inmensa cápsula espacial varada en la tormenta. No pude evitar la idea de que también la bella debía estar en algún lugar en medio de aquellas hordas mansas, y esa fantasía me infundió nuevos ánimos para esperar.
A la hora del almuerzo habíamos asumido nuestra conciencia de náufragos. Las colas se
hicieron interminables frente a los siete restaurantes, las cafeterías, los bares atestados, y en menos de tres horas tuvieron que cerrarlos porque no había nada qué comer ni beber. Los niños, que por un momento parecían ser todos los del mundo, se pusieron a llorar al mismo tiempo, y empezó a levantarse de la muchedumbre un olor de rebaño.
Era el tiempo de los instintos. Lo único que alcancé a comer en medio de la rebatiña
fueron los dos últimos vasos de helado de crema en una tienda infantil. Me los tomé poco a poco en el mostrador, mientras los camareros ponían las sillas sobre las mesas a medida que se desocupaban, y viéndome a mí mismo en el espejo del fondo, con el último vasito de cartón y la última cucharita de cartón, y pensando en la bella.
El vuelo de Nueva York, previsto para las once de la mañana, salió a las ocho de la
noche. Cuando por fin logré embarcar, los pasajeros de la primera clase estaban ya en su sitio, y una azafata me condujo al mío. Me quedé sin aliento. En la poltrona vecina, junto a la ventanilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio con el dominio de los viajeros expertos.
«Si alguna vez escribiera esto, nadie me lo creería», pensé. Y apenas
si intenté en mi media lengua un saludo indeciso que ella no percibió. Se instaló como para vivir muchos años, poniendo cada cosa en su sitio y en su orden, hasta que el lugar quedó tan bien dispuesto como la casa ideal donde todo estaba al alcance de la mano.

Mientras lo hacía, el sobrecargo nos llevó la champaña de bienvenida. Cogí una copa
para ofrecérsela a ella, pero me arrepentí a tiempo. Pues sólo quiso un vaso de agua, y le pidió al sobrecargo, primero en un francés inaccesible y luego en un inglés apenas más fácil, que no la despertara por ningún motivo durante el vuelo. Su voz grave y tibia arrastraba una tristeza oriental.
Cuando le llevaron el agua, abrió sobre las rodillas un cofre de tocador con esquinas de cobre, como los baúles de las abuelas, y sacó dos pastillas doradas de un estuche donde llevaba otras de colores diversos. Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si no hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento. Por último bajó la cortina de la ventana, extendió la poltrona al máximo, se cubrió con la manta hasta la cintura sin quitarse los zapatos, se puso el antifaz de dormir, se acostó de medio lado en la poltrona, de espaldas a mí, y durmió sin una sola pausa, sin un suspiro, sin un cambio mínimo de posición, durante las ocho horas eternas y los doce minutos de sobra que duró el vuelo a Nueva York.
Fue un viaje intenso. Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza
que una mujer hermosa, de modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo
de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado. El sobrecargo había desaparecido tan pronto como despegamos, y fue reemplazado por una azafata cartesiana que trató de
despertar a la bella para darle el estuche de tocador y los auriculares para la música. Le repetí la advertencia que ella le había hecho al sobrecargo, pero la azafata insistió para oír de ella misma que tampoco quería cenar. Tuvo que confirmárselo el sobrecargo, y aun así me reprendió porque la bella no se hubiera colgado en el cuello el cartoncito con la orden de no despertarla.
Hice una cena solitaria, diciéndome en silencio todo lo que le hubiera dicho a ella si hubiera estado despierta. Su sueño era tan estable, que en cierto momento tuve la
inquietud de que las pastillas que se había tomado no fueran para dormir sino para
morir. Antes de cada trago, levantaba la copa y brindaba.
— A tu salud, bella.
Terminada la cena apagaron las luces, dieron la película para nadie, y los dos quedamos solos en la penumbra del mundo. La tormenta más grande del siglo había pasado, y la noche del Atlántico era inmensa y límpida, y el avión parecía inmóvil entre las estrellas.
Entonces la contemplé palmo a palmo durante varias horas, y la única señal de vida que pude percibir fueron las sombras de los sueños que pasaban por su frente como las
nubes en el agua. Tenía en el cuello una cadena tan fina que era casi invisible sobre su piel de oro, las orejas perfectas sin puntadas para los aretes, las uñas rosadas de la buena salud, y un anillo liso en la mano izquierda. Como no parecía tener más de veinte 28 años, me consolé con la idea de que no fuera un anillo de bodas sino el de un noviazgo
efímero. «Saber que duermes tú, cierta, segura, cauce fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados», pensé, repitiendo en la cresta de espumas de
champaña el soneto magistral de Gerardo Diego. Luego extendí la poltrona a la altura de la suya, y quedamos acostados más cerca que en una cama matrimonial. El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su niel exhalaba un hálito tenue que sólo podía ser el olor propio de su belleza. Me parecía increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunari Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban, porque la esencia del placer era verlas dormir. Aquella noche, velando el sueño de la bella, no sólo entendí aquel refinamiento senil, sino que lo viví a plenitud.
— Quién iba a creerlo — me dije, con el amor propio exacerbado por la champaña— Yo,
anciano japonés a estas alturas.
Creo que dormí varias horas, vencido por la champaña y los fogonazos mudos de la
película, y desperté con la cabeza agrietada. Fui al baño. Dos lugares detrás del mío
yacía la anciana de las once maletas despatarrada de mala manera en la poltrona.
Parecía un muerto olvidado en el campo de batalla. En el suelo, a mitad del pasillo,
estaban sus lentes de leer con el collar de cuentas de colores, y por un instante disfruté de la dicha mezquina de no recogerlos.
Después de desahogarme de los excesos de champaña me sorprendí a mí mismo en el
espejo, indigno y feo, y me asombré de que fueran tan terribles los
estragos del amor. De pronto el avión se fue a pique, se enderezó como pudo, y
prosiguió volando al galope. La orden de volver al asiento se encendió. Salí en
estampida, con la ilusión de que sólo las turbulencias de Dios despertaran a la bella, y que tuviera que refugiarse en mis brazos huyendo del terror. En la prisa estuve a punto de pisar los lentes de la holandesa, y me hubiera alegrado. Pero volví sobre mis pasos, los recogí, y se los puse en el regazo, agradecido de pronto de que no hubiera escogido antes que yo el asiento número cuatro.
El sueño de la bella era invencible. Cuando el avión se estabilizó, tuve que resistir la tentación de sacudirla con cualquier pretexto, porque lo único que deseaba en aquella última hora de vuelo era verla despierta, aunque fuera enfurecida, para que yo pudiera recobrar mi libertad, y tal vez mi juventud. Pero no fui capaz. «Carajo», me dije, con un gran desprecio. «¡Por qué no nací Tauro!». Despertó sin ayuda en el instante en que se encendieron los anuncios del aterrizaje, y estaba tan bella y lozana como si hubiera dormido en un rosal. Sólo entonces caí en la cuenta de que los vecinos de asiento en los aviones, igual que los matrimonios viejos, no se dan los buenos días al despertar.
Tampoco ella. Se quitó el antifaz, abrió los ojos radiantes, enderezó la poltrona, tiró a un lado la manta, se sacudió las crines que se peinaban solas con su propio peso, volvió a ponerse el cofre en las rodillas, y se hizo un maquillaje rápido y superfluo, que le alcanzó justo para no mirarme hasta que la puerta se abrió. Entonces se puso la chaqueta de lince, pasó casi por encima de mí con una disculpa convencional en castellano puro de las Américas, y se fue sin despedirse siquiera, sin agradecerme al menos lo mucho que hice por nuestra noche feliz, y desapareció hasta el sol de hoy en la amazonia de Nueva York.

Junio 1982.

viernes, enero 12, 2007

Anhelo nobleza

“(…) Es irritante la degeneración sufrida en el vocabulario usual por una palabra tan inspiradora como "nobleza". Porque al significar para muchos "nobleza de sangre", hereditaria, se convierte en algo parecido a los derechos comunes, en una calidad estática y pasiva, que se recibe y se transmite como una cosa inerte.
Pero el sentido propio, el etymo del vocablo "nobleza" es esencialmente dinámico. Noble significa el "conocido": se entiende el conocido de todo el mundo, el famoso, que se ha dado a conocer sobresaliendo de la masa anónima. Implica un esfuerzo insólito que motivó la fama. Equivale, pues, noble, a esforzado o excelente.
La nobleza o fama del hijo es ya puro beneficio. El hijo es conocido porque su padre logró ser famoso. Es conocido por reflejo, y, en efecto, la nobleza hereditaria tiene un carácter indirecto, es luz espejada, es nobleza lunar como hecha con muertos. Sólo queda en ella de vivo, auténtico, dinámico, la incitación que produce en el descendiente a mantener el nivel de esfuerzo que el antepasado alcanzó. Siempre, aun en este sentido desvirtuado, noblesse oblige.
El noble originario se obliga a sí mismo, y al noble hereditario le obliga la herencia. Hay, de todas suertes, cierta contradicción en el traspaso de la nobleza, desde el noble inicial, a sus sucesores. Más lógicos los chinos, invierten el orden de la transmisión, y no es el padre quien ennoblece al hijo, sino el hijo quien, al conseguir la nobleza, la comunica a sus antepasados, destacando con su esfuerzo a su estirpe humilde. Por eso, al conceder los rangos de nobleza, se gradúan por el número de generaciones atrás que quedan prestigiabas, y hay quien sólo hace noble a su padre y quien alarga su fama hasta el quinto o décimo abuelo.
Los antepasados viven del hombre actual cuya nobleza es efectiva, actuante; en suma: es; no fue (…)”
Ortega y Gasset.

Y siguiendo con grandes genialidades les cito al negro Dolina, quien en el prólogo de Crónica del Angel Gris menciona algo relacionado a este tema que me fascino cuando lo leí: “Los hombres nobles eluden un esfuerzo realizando otro mucho mayor. Por no arrancar una rosa, construyen un palacio. Por no escuchar un reproche, ejercen la rectitud toda la vida. Por no bajarse del caballo, conquistan el Asia”

Personalmente temo que a primera vista caigo en las imágenes que ilustraba Ortega y Gasset. La palabra nobleza o noble me refieren mentalmente a un personaje frío y egoista que sólo se preocupa por multiplicar su riqueza sin importarle mucho el medio y en vistas a alcanzar su fin...
Actualmente y despues de leer esto, reviso mis prejuicios y me dispongo a pensar que sería una buena opción una vida noble, en estos días que estuve pensando algunas cosas podría decir que yo me canso rápido... pero me levanto y sigo caminando.

lunes, enero 08, 2007

Algunos beneficios capitalistas

Entré al pequeño negocio. Me sentí un poco como Alicia en su pais de maravillas. Era muy pequeño el lugar, pero eso no importaba, porque era grandioso.
Miles de estantes, que trepaban hasta el techo. Qué sostenían? "Objetos" hermosos: libros.
Entré a la librería de Corrientes con la lista de los que se irían a casa conmigo esa tarde y me mantuve atenta por si aparecía otro a quien adoptar y darle un hogar.
Esa fue una de las satisfaciones más esperadas del trabajo. Tener la posibilidad de invertir -porque no es gasto- lo que quiera y en lo que quiera.
Uno de los libros que sobresale es Los guardianes de la Libertad de Chomsky me fascino la contratapa y después investigando un poco miren lo que encontré en wikipedia:

Noam Chomsky ha sido muy conocido por sus ideas políticas libertarias, ha dado conferencias sobre el tema por todo el mundo y ha escrito varios libros sobre la materia.

Con el tiempo, se ha convertido en una de las principales figuras de la política radical estadounidense. Junto a Saramago, Galeano o Boff, es uno de los iconos a nivel mundial de las ideas de la izquierda, pese a lo cual, a diferencia de su actividad científica, su aportación teórica en el ámbito político no es demasiado relevante. Nunca se ha considerado un teórico en política, sino simplemente un ciudadano informado que mantiene una actitud muy crítica hacia la ideología dominante. Chomsky cree que, mientras la actividad científica no está al alcance de cualquiera (ya que exige una formación y una abstracción conceptual muy elevada), para la actividad de crítica política basta una cierta apertura de espíritu. Ha reiterado a menudo que la política debería ser cosa de todos y no dejarse en manos de la intelligentsia, ni mucho menos aceptar que solo los profesionales de la política (sean periodistas, intelectuales o políticos) sean los únicos capacitados para opinar sobre política.

Ha hecho un análisis crítico de los medios de comunicación: en sus artículos se ha ocupado de los enfoques sesgados que hay detrás de la supuesta neutralidad de los medios más prestigiosos. Se trata de un trabajo de "contrainformación" que ha obtenido gran difusión y que muchos otros han continuado. Sin embargo, algunos han objetado que su supuesta obsesión antiestadounidense y antisionista ha lastrado el rigor de esas críticas y alimentado tesis conspiratorias. Especialmente controvertida para algunos, por tratarse de un judío, es su crítica a la política del gobierno de Israel. Ha sido también polémica su participación en el escándalo Faurisson, ya que fue acusado de apoyar a los revisionistas del Holocausto, ante lo cual Chomsky siempre ha sostenido que se trataba exclusivamente de una defensa de la libertad de expresión. Por último, es destacable la crítica que hace de la izquierda posmoderna y de su entusiasmo por el relativismo cultural que, al deconstruir la noción de verdad, ha invalidado también la posibilidad de la crítica.

En fin eso demuestra una petit hipótesis que poseo que habla de como los libros nos encuentran a nosotros y no viceversa. Ampliaremos.

miércoles, enero 03, 2007

1st day of 2007

Hacía días venia imaginando la situación de encontrarme con él.
Caí en todos los lugares comunes posibles, pero por suerte me levanté...
Ese día empezó como uno cualquiera, un día más en el calendario, caluroso y con la "alegría" de saber que en pocas horas debía ir a trabajar.
Sabía que a la noche me esperaba él, y eso me hacía sonreir.
En la víspera del año nuevo cené con mi familia, imaginando en como sería el encuentro.
Estaba pensando en distintas situaciones hasta que decidi que lo mejor que podía hacer era dedicarme a sentir...
Sentir el vientito de la terraza de la casa de mis abuelos, escucharlos con emoción contar aventuras que ocurrieron hace décadas y en el viejo continente.
Finalmente llegó el momento de prepararme para ir a verlo.
Nos encontramos. Todo fue genial. Un principio de año místico. Muy buen principio de año.
Mario siempre tiene un poema para mí bajo la manga, en este caso obviamente se lo dedico a él, en palabras del gran Benedetti...
pd: el gran poeta escribe en femenino, cosa que no sería el caso pero no me atrevo a desafiar lo escrito.

Hagamos un trato
Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo

(de una canción de Carlos Puebla)

Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo

contador
contador