Odisea por el Árbol

Escalamos hacia el cielo-altillo para buscar lo que tanto anhelábamos, buscamos entre cajas viejas y libros de primaria hasta que lo vimos. Ahí estaba, desarmado pero recordándonos todo lo que habíamos compartido: nuestro árbol de Navidad.
Todo esto parece muy bonito, muy poético, muy de tarjeta navideña pero lo que viene a continuación es catastrófico, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
Aquí empieza la Odisea por el Árbol…
Es vox populi que a los shoppings no se va los feriados, menos el 8 de Diciembre, cuando hay mucha gente que se acordó recién que había que armar el símbolo con ramas de esta fiesta, el primer error fue desafiar esa ley.
Llegamos. Estacionamos. No se podía caminar, no podíamos respirar, obviamente menos, comprar nuestro tan preciado abeto.
No era una obsesión personal, era acompañar a mi Madre, que con todo esto del fluir de las energías consideraba meritorio cambiar nuestro obsoleto (pero útil) arbolito por uno más nuevo y más fashion.
Obviamente la primera parada fue más que vana.
Vayamos a por la segunda, que debo adelantar que también tiene un final triste. Fuimos a un vivero, objetivo: comprar uno de verdad. Uno en maceta y luego transplantarlo. Los presupuestos eran muy cómicos, el más lánguido de los árboles medía 25 cm. y valía $250. Gracias por venir ¿no?
Pero todavía no estaba cansada por lo que hice la peor sugerencia que se me ocurrió: ¿Porque no vamos a Alparamis? (para los no argentos, es uno de los lugares mas conocidos para la venta de todo tipo de adefesio navideño, que el lugar en si mismo es precioso pero que tenes que tener el cocodrilo del bolsillo bien entrenado porque sino sucumbís ante cualquier espejito de color).
Im-per-do-na-ble. Al llegar estuvimos –por reloj- 4 horas.
Debatiendo (ella y consigo misma) sobre la importancia del color del árbol, si tenia que ser verde inglés, o blanco, o verde claro; para enriquecer el debate, la calidad y el color de los adornos, y no faltó la señora entrada en años que aparentemente no era empleada del lugar, que nos acompañó en el debate exclamando la grandiosa frase “pero blanco no… si acá no nieva querida…”
Camino a casa y sin árbol en el baúl del auto, pensé que quizás no había que cambiar el árbol, ni los adornos, ni las lucecitas de colores.
Había que empezar por aceptar que este año pasaron cosas que cambiaron nuestras vidas radicalmente y que quizás estaba bien que nos quisiéramos despedir de algo longevo como para acompañar el cambio. Pero también había que recordar que ese árbol había cobijado mi primera bicicleta, los primeros libros, y esos adornos que pintaba con la profesora de plástica que embellecían siempre el ambiente. Había que respetar la tradición, con el permiso del feng shui.
Llegamos a casa y nuestro árbol nos esperaba ahí, claro que ya no nos parecía obsoleto, sino hermoso y mucho mas importante que aquellos presumidos y sin historias que encontramos en Alparamis.